18 abril 2005

Un cónclave 25 años después






Se cumplieron 25 años del asesinato de Oscar Romero, Obispo de San Salvador
mientras levantaba el cáliz en la catedral después de haber gritado justicia y condenado al tirano en su homilía...

Casaldáliga le escribió:

"El ángel del Señor anunció en la víspera...



El corazón de El salvador
marcaba24 de marzo y de agonía.
Tú ofrecías el Pan,
el Cuerpo Vivo
-el triturado cuerpo de tu Pueblo;
Su derramada Sangre victoriosa
-¡la sangre campesina de tu Pueblo en masacre
que ha de teñir en vinos de alegría la aurora conjurada!




El ángel del Señor anunció en la víspera,
y el Verbo se hizo muerte, otra vez, en tu muerte;
como se hace muerte, cada día, en la carne desnuda de tu Pueblo.




¡Y se hizo vida nueva
en nuestra vieja Iglesia!



Estamos otra vez en pie de testimonio,
¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!
Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.
Romero en flor morada de la esperanza incólume de todo el Continente.
Romero de la Pascua Latinoamericana.
Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.




Como Jesús, por orden del Imperio.
¡Pobre pastor glorioso,abandonado
por tus propios hermanos de báculo y de Mesa...!
(Las curias no podían entenderte:
ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).




Tu pobrería sí te acompañaba,
en desespero fiel,
pasto y rebaño, a un tiempo, de tu misión profética.
El Pueblo te hizo santo.
La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.
Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio.




Como un hermano herido por tanta muerte hermana,
tú sabías llorar, solo, en el Huerto.
Sabías tener miedo, como un hombre en combate.
¡Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de campana!




Y supiste beber el doble cáliz del Altar y del Pueblo,
con una sola mano consagrada al servicio.
América Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini
en la espuma aureola de sus mares,
en el dosel airado de los Andes alertos,
en la canción de todos sus caminos,
en el calvario nuevo de todas sus prisiones,
de todas sus trincheras,de todos sus altares...
¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos!



San Romero de América, pastor y mártir nuestro:
¡nadie hará callar tu última homilía!"

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Todavía resuenan en las paredes de la catedral de San Salvador, y aún más allá, las palabras de su última homilía, que firmaron su sentencia de muerte, dirigidas a los miembros de las fuerzas de seguridad:



"Hermanos, son de nuestro mismo pueblo,
matan a sus mismos hermanos campesinos, y ante una orden de matar que dé un hombre,
debe prevalecer la ley de Dios, que dice: 'No matar'.
Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios.
Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla.
Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado (...)

En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios: ¡cese la represión!"

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