He sentido tus dedos queriendo tocarme.
He pensado en girarme y mirar;
pero no voy a romper la magia, no esta vez.
He cerrado los ojos y he recordado palabras
y he dejado a mis hombros desnudos llamarte;
he soltado la aguja que enrosca mi pelo en la nuca
y ha caido la noche en mi espalda...
He dejado caer hacia un lado la cabeza
y mi mano te ha abierto el camino que lleva a mi piel;
sé que me hueles desde donde estás
y que brillan tus ojos
y tu pulso se atropella
y tus músculos se mueven
y vendrás a mí...
Y estaré esperando tu aliento posarse en silencio
esta noche.
La vida está preñada de magia. No dejes que nadie te convenza de lo contrario.
26 octubre 2005
25 octubre 2005
Leda
El cisne en la sombra parece de nieve;
su pico es de ámbar, del día al trasluz;
el suave crepúsculo que pasa tan breve
las cándidas alas sonrosa de luz.
Y luego, en las ondas del lago azulado,
después que la aurora perdió su arrebol,
las alas tendidas y el cuello enarcado,
el cisne es de plata, bañado de sol.
Tal es, cuando esponja las plumas de seda,
olímpico pájaro herido de amor,
y viola en las linfas sonoras a Leda,
buscando su pico los labios en flor.
Suspira la bella desnuda y vencida,
y en tanto que al aire sus quejas se van,
del fondo verdoso de fronda tupida
chispean turbados los ojos de Pan.
Rubén Darío
[San José, Costa Rica, 1892]
20 octubre 2005
Erupción
Vacilantes los pasos en mitad del pasillo
hacia la nada que quizás no está vacía...
me incendian los dedos que no me tocan
y me abrasan los ojos que no me miran...
llena de abrazos perdidos mi alma
susurra secretos
y gritan desde las ventanas las lenguas de fuego...
Te voy a enseñar un rincón
donde clavar los dientes
y las manos y de paso, crucifícate en mi cama...
14 octubre 2005
Descosida
11 octubre 2005
Gacela del amor imprevisto
Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes.
Mil caballitos persas se dormían
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve.
Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho
las letras de marfil que dicen siempre,
siempre, siempre: jardín de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,
tu boca ya sin luz para mi muerte.
Federico García Lorca
04 octubre 2005
Inanición
No me harían falta ojos;
puede quedárselos, si le place.
Mi corazón ve igual.
Me gustaría conservar las manos;
puede que las quiera, es de esperar.
Pero son mías.
Una mano ni se pide ni se entrega.
Se toma. Y se la hace acariciar.
Los labios aun no sé.
Porque son rápidos
y tienen hambre , como usted.
Y se marcharán a buscarlo, de cualquier modo.
Así que sí, tómelos.
Por lo demás,
usted sabrá.
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