Sin riendas, al galope, me echo a tu vida
con la esperanza de arrasarte
o morir de frente a un muro
Pero no hay muros ni fuerzas,
y te atravieso dulcemente, mecida en la ternura,
acunada en una melodía que sé desgranar.
Y cobarde y serena,
desarmada de amor,
vuelvo al camino, pequeño y gigante,
a mendigar de tus labios lo que ya me prendiste en el pelo.