Tristeza, estás aquí y esta vez no vienes sola.
Te conocía, creí, pero has envejecido y eres más cruel, más fea y más eterna.
Vives aquí, en esa mano que siento cerrarse en mi cuello,
en esa cosquilla perpetua que araña mis párpados por dentro,
en esa vuelta que da mi estómago más veces por día cada vez...
Me habitas y me transformas.
Has herido de muerte mi risa,
la has cansado a fuerza de golpes de efecto.
Instalada en mi pecho me llenas de miedo.
No sé quie soy.
Inquilina morosa, putrefacta ponzoña.
Me querías y ya casi me tienes.
Y el casi es sólo para creer que debo seguir respirando.