Heme aquí,
los dedos sueltos, la lengua amarga, el alma abierta.
No es verdad que un día morí;
la espalda desplomada sobre el suelo, la frase desfilando por mis labios hasta el borde de los tuyos.
Carraspeando tu permiso
deseando el sueño de los justos y los tercos;
y el dormir de los idiotas.
Vacilante me quedé petrificada
y conservé un hilo de tu sangre corriendo por debajo de mi piel.
Los ojos cerrados, la voz dormida. Las manos ocupadas.
Latía el corazón.
Herrumbre de mis huesos quemando las heridas.
Yo te quise por añadidura,
por contagio y por pura necesidad.
Hoy te quiero por que sí.
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