Ayer tuve la enorme dicha de darme de bruces con un amigo que se me fue lejos hace tiempo, como casi tod@s mis buen@s amig@s han ido haciendo a lo largo de mi vida. (Me resulta, cuando menos, curiosa ésta manía de la vida de forzarme a tener repartido el corazón por mil rincones del mundo ...)
Estuvimos hablando dos segundos sobre trivialidades; pero nos pudo la cantidad de conversaciones profundas que hemos tenido en los años en que sentarnos a charlar era nuestro más preciado tesoro y en menos de media hora, sentimos la necesidad de vernos otro día sobre una taza de café...¡Tenemos tanto que decirnos!
Alberto no es el mismo que hace tres años. Yo tampoco, aunque aun no me haya dado tiempo a contárselo; pero estoy segura que lo intuye. En cierto modo a los dos la vida nos ha sometido a la misma operación pero realizada por diferentes médicos. Alberto supo ayer que le necesitaba, que necesitaba decirle quién soy ahora, si es que soy capaz de saberlo yo. Quizás intuyó que necesitaba ayuda para averiguarlo. Él necesita contarme qué pasó en sus tres años, necesita presentarme al nuevo Alberto , y quizás, seguro, asegurarse que lo quiero como al otro. Tenemos que hablar de tanta gente que nos rodeó y ya no está; de tantas cosas que pasaron y no fuimos testigos, de tantos sueños que volaron y de tantos que llegaron ....
Estoy segura que hoy hablaremos, aunque sea por teléfono.Nos ha entrado la prisa del re-encuentro. Hemos esperado tres años, pero ahora no podemos esperar ni un día.
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